La vida de los nómadas de Turkmenistán y de otros pueblos de Asia Central ha estado durante siglos ligada a una construcción única: la yurta. Esta vivienda portátil les permitía desplazarse junto a sus rebaños por vastas extensiones de estepa y desierto, dando forma al corredor cultural y comercial que más tarde conoceríamos como la Ruta de la Seda.
Los primeros hogares desmontables similares a las yurtas surgieron en la Edad del Bronce tardía, cuando los pueblos nómadas comenzaron a desarrollar soluciones habitacionales móviles. Con el tiempo, la yurta evolucionó notablemente, adaptándose a las condiciones locales y reflejando las particularidades del entorno. Al igual que el drakkar simbolizaba la esencia de la vida vikinga, la yurta encarnaba el ingenio y el modo de vida del mundo nómada.

Estructura y fabricación de una yurta
La base de una yurta es un armazón circular de madera entrelazado con cuerdas y recubierto de fieltro. Este diseño permite desmontarla, transportarla y volver a montarla con facilidad, lo que la convierte en un refugio ideal para quienes llevan una vida itinerante. En la parte superior se encuentra una abertura que actúa como chimenea y puede cerrarse para conservar el calor. Al estar hecha con materiales renovables y biodegradables, las yurtas rara vez dejan rastros en los registros arqueológicos.
La fabricación de yurtas ha sido una forma de artesanía muy valorada en Asia Central, transmitida de generación en generación. Los hombres solían construir la estructura de madera y elaborar los elementos decorativos en cuero, hueso y metal. Las mujeres se encargaban de los revestimientos exteriores e interiores, muchas veces adornados con complejos patrones simbólicos.
Para los pueblos nómadas, la yurta no era solo una vivienda: era un espacio cargado de significado. Cada diseño, cada adorno, tenía un valor cultural profundo. La influencia del islam se fusionaba con antiguas creencias chamánicas, y las mujeres artesanas utilizaban técnicas como el tejido, el hilado, el fieltro, el bordado y la costura para decorar su interior.
La extensa red comercial de la Ruta de la Seda aportó nuevos estilos y motivos artísticos. Es difícil imaginar una yurta sin alfombras o tapices, que no solo decoraban las paredes, sino que también eran productos de intercambio elaborados dentro de ellas.
Pero la yurta también forma parte del patrimonio intangible. Su construcción y decoración tradicionalmente se acompañaban con cantos populares memorizados y transmitidos oralmente. A su alrededor surgieron leyendas, dichos, proverbios y cuentos humorísticos.

La yurta en la actualidad
Hoy en día, la fabricación de yurtas representa un elemento clave para la preservación del patrimonio cultural de Turkmenistán y de otras regiones de Asia Central. Aunque una menor parte de la población sigue llevando una vida nómada, las yurtas siguen siendo espacios centrales en muchas ceremonias importantes, como bodas, funerales y festividades tradicionales.

Gracias a su excelente adaptación al clima local, las yurtas también se han convertido en una forma popular de alojamiento ecológico para viajeros. Por ejemplo, nuestros visitantes pueden pasar la noche en yurtas en un campamento al aire libre junto al famoso cráter de gas en llamas de Darvaza —una experiencia verdaderamente única en el corazón del desierto.
